En la historia del cine
latinoaméricano, el cine venezolano ha ocupado un papel central, no sólo por el
hecho de que en Venezuela el cine hizo presencia casi de inmediato con la
exhibición en la ciudad de Maracaibo las escenas fílmicas tituladas Célebre Especialista Sacando Muelas en el
Gran Hotel Europa y Muchachos
Bañándose en la Laguna de Maracaibo apenas un año después de que los Lumière
empezasen las suyas en Europa, sino también por el hecho de que en los años cincuenta
con la películas La Balandra Isabel Llegó
Ésta Tarde de Carlos Hugo Christensen, y el documental Araya de Margot Benacerraf, ganan en el festival de Cannes, primera
el premio a mejor fotografía y el segundo el premio de la crítica a mejor
documental, ponen al cine de Venezuela en la élite del cinematografía
latinoamericana.
Con éstas últimas películas, se
marca una época que se extiende hasta los años sesenta y que se denominó como
el “nuevo cine Venezolano”, nombre que tomó casi todo el cine que presentaba
una gran carga de pensamiento social y que encontraba en movimientos como el “Free
Cinema”[1]
británico, el “Cinema Novo” brasileño y en las fuertes influencias del
denominado “Nuevo Hollywood”[2],
pero con mayor presencia de la “Nueva Ola”[3]
a partir de la publicación de Cahiers Du Cinema.
Con éstas buenas bases y con el
apoyo generado por parte del Estado, gracias a la bonanza del petróleo, se fue
fortaleciendo la industria cinematográfica venezolana, lo que permitió que se
pudieran financiar películas en la década del setenta y que ofrecieron buenas
historias como Cuando Quiero Llorar No Lloro
(1976), de Mauricio Wallerstein; Soy Un Delincuente
de Clemente de la Cerda, Se Solicita
Muchacha de Buena Presencia y Motorizado con Moto Propia (1977) de Alfredo
Anzola, El Pez que Fuma de Román
Chalbaud, o País Portátil (1979) de
Iván Feo. Historias que se forjaban desde lo cotidiano, forjándose desde la
marginalidad generada por la opulencia del país pero que contrastaba con la
exclusión social, y que en esa violencia generada por la lucha por la
supervivencia encontraba la riqueza de la narrativa que se hacía cada vez más
extensiva, que cada vez se hacía más latinoamericana.
Ese tipo de cine fue perdiendo
presencia en el ámbito internacional, no sólo por las crisis del petróleo de
los años ochenta, o por las políticas públicas de los diferentes Gobiernos en
Venezuela, sino porque el hacer cine se hizo cada vez más exclusivo, se generó
un retroceso en los apoyos gubernamentales a las expresiones artísticas, lo que
devino en la casi desaparición del cine venezolano, que al igual que en la
mayoría de los países del continente, se consumió en las producciones Hollywoodenses
que inundaron las salas.
Sólo hasta los últimos diez años el cine venezolano ha empezado a recuperarse.
Los nuevos apoyos generados a la
industria cinematográfica han generado la posibilidad de volver a explorar el
país desde las nuevas realidades. Es en éste nuevo marco que se presenta a
película Pelo Malo de Mariana Rondón, una historia sencilla pero llena de
elementos de reflexión que denotan una gran necesidad de plantear los problemas
sociales.
Junior (Samuel Lange Zambrano) es
un niño que tiene el pelo afro, o más conocido como pelo malo, y que para la
foto del colegio sueña con tener el pelo liso, pues sólo quién tiene el pelo
liso puede ser cantante, ser exitoso. Con una actuación muy natural se nos
presenta la vida de éste niño que se encuentra en una familia desintegrada por
la muerte del padre, una muerte en carnaval, una muerte por la intolerancia
porque estaba vestido de mujer. La viuda (Samantha Castillo) se encarga de
Junior y su hermano trabajando como vigilante, pero es despedida por una
investigación por robo, por ésta razón su suegra (Nelly Ramos) y abuela de
Junior, pues no reconoce al segundo hijo como su nieto, propone quedarse con el
niño para aligerar su carga.
En ésta tragedia se encuentra un
niño con una ilusión, con un sueño desfigurado por las imágenes comerciales, que
conlleva a la negación de su cuerpo por el anhelo de ser reconocido, por ser
diferente. Ese anhelo es mal entendido por la madre, pues empieza a creer que
el niño querer tener el pelo liso porque es homosexual, y que esto deviene
porque tiene una vértebra más en la columna o por la ausencia de una figura
paterna.
La mirada escrutadora que Junior
posa sobre las demás personas, tiene la
capacidad de incomodarlos y sacar del interior de cada uno sus mayores temores,
lo cual genera que su presencia sea incomoda y poco deseada. Así mismo, el
sentimiento de soledad y de ensimismamiento genera que Junior tenga
comportamientos incomprensibles para los demás, o tal vez los prejuicios que
los demás se manifiestan en la imagen de Junior cargando con desaprobación cada
una de las acciones que el niño realiza.
Pelo malo es un cine que en
Latinoamérica se torna incómodo, cercano y muy parecido a la realidad que nos
circunda y que nos desborda. Éste es un buen retorno para el cine venezolano,
acorde a su historia y lugar en la cinematografía mundial.
[1]
Representado por los trabajos de Lindsay Anderson, Tony Richardson, Jack
Clayton, entre otros.
[2] Representado
por figuras como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Robert Altman y Woody Allen,
entre otros.
[3]
Representado por las películas de François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques
Rivette, Éric Rohmer o Claude Chabrol, y sobre todos ellos su precursor Jean
Pierre Melville.
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