miércoles, 30 de diciembre de 2015

ROMAN POLANSKI: ENTRE LAS REPETICIONES Y LAS CONTINUIDADES

Dos años antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, la familia de Roman Polanski regresó a Polonia desde Francia. Tiempo después, el director haría el viaje contrario para alejarse de un pasado que incluía la reclusión de sus padres en un campo de concentración, pues su madre, una rusa descendiente de judíos, fue asesinada en el campo de concentración de Auschwitz y su padre sobrevivió al campo en Mauthausen. El joven Polanski sobrevivió tras haber sido llevado del gueto de Cracovia al campo, donde fue albergado por campesinos, escondido en un establo.

Imgen tomada de: http://i2.cdn.turner.com/cnnnext/dam/assets/150227121148-06-polanski-exlarge-169.jpg

El cine en Polonia pasaba entonces necesariamente por la propaganda alemana, pero aún así el joven Polanski aprovechó aquellas lecciones, que le hicieron decantarse definitivamente por su vocación de cineasta. En los años cincuenta, primero apareciendo como actor en algunas películas y después estudiando en la escuela de Lodz, Polanski se fue iniciando poco a poco en el cortometraje. Allí estaban ya los rasgos de su futuro cine: el humor negro y el lado más surrealista de las relaciones humanas. 

En los filmes de este director se habla de personas en manos de lo malvado, ya sea en el mundo de sus temores o en la vida real. Satanismo, violencia y huida: a Roman Polanski no le gusta hablar sobre su vida, pero sus obras lo hacen por él. 

El Cuchillo en el Agua (1962), su primer largometraje, le convirtió en una figura reconocida internacionalmente. Era la primera película polaca de posguerra que no hablaba de la contienda. La aparición de desnudos, el peculiar estudio de los personajes y la tensión dramática a que los sometía, contribuyeron a que su cine se diferenciara del que se estaba realizando en el Este en aquel momento. El Cuchillo en el Agua serviría de referente a otros títulos posteriores, como Calma total (1989), de Philip Noyce.



A pesar de haberse convertido ya en un reconocido director en Polonia, Polanski decidió irse a Francia. Allí conocería a su colaborador más asiduo, el guionista Gérard Brach, con quien compartiría su éxito internacional en dos títulos emblemáticos: Repulsión (1965) y Callejón sin salida (1966), ganadoras, respectivamente, del Oso de Plata y Oro en el Festival de Berlín. Ambas aislaban a los personajes en un hogar que se iba volviendo cada vez más hostil y ahondaban en la psicología perturbada de sus protagonistas.


La Danza de los Vampiros (1967) se acercaba claramente al terror clásico pero sin abandonar el sentido del humor que le permitía colocar a un vampiro judío, a quien no afectan los crucifijos, junto a la historia erótica que acompaña al género. Aquí Polanski trabajó junto a su mujer, Sharon Tate, es así donde se entrelaza la realidad con sus obras, ya que en 1969 perdió a su esposa, Sharon Tate, embarazada de ocho meses, al ser asesinada por seguidores de la secta de Charles Manson en Los Angeles, justo después de que Polanski hubiera dirigido El bebé de Rosemary (1968), su título más carismático. El bebé de Rosemary, cuyos papeles fueron ofrecidos en un principio a Robert Redford y Jane Fonda, tuvo como principal acierto situar una historia demoníaca en el mismo centro de Nueva York, rodeada de acciones absolutamente cotidianas.


Después de ser acusado por ese crimen, las películas de Polanski se tornaron aún más crueles, llenas de un sarcasmo latente, por lo que el director comenta: "Era obvio que mi siguiente filme, fuera el que fuese, sería más oscuro y sangriento. Si hubiese rodado una comedia me habrían acusado de insensible", declaró el director de cine. 

Al igual que anteriormente había sentido el impulso de salir de Europa, tras el asesinato de su esposa Polanski salió de Estados Unidos. En Europa completaría dos proyectos: Macbeth (1971) y ¿Qué? (1973). La primera, protagonizada por John Finch y Francesca Annis, acabó siendo financiada por Playboy, después de tratos fallidos con Allied Artists y Universal, lo que le valió no pocas críticas y una calificación X. La segunda, con Marcello Mastroianni y Sydney Rome, volvía a tener una casa (en este caso una villa) como centro neurálgico de los desatinos de un grupo de personajes, y para algunos ocupa la segunda parte de una trilogía que tendría sus otros dos vértices en Repulsión y El Quimérico Inquilino. En 1974 Polanski regresó a Hollywood. Allí le esperaban el alumbramiento de uno de los clásicos del cine negro: Chinatown (1974), y un juicio por mantener relaciones sexuales con una menor, razón por la cual fue expulsado del país. De hecho no ha podido volver a Estados Unidos a riesgo de ser encarcelado. Chinatwon, basada en un hecho que ocurrió a finales de los años treinta, obtuvo un Oscar al Mejor Guión original, escrito por Robert Towne. 



De regreso en Europa, Polanski volvió a sumergirse como actor en un guión claustrofóbico en El quimérico inquilino (1976), que cambiando el género del protagonista se parecía mucho a Repulsión. Lo más brillante de la película es el juego en que se ve inmerso el espectador, intentando averiguar si la paranoia del personaje interpretado por Polanski es tal, o si realmente está amenazado. El quimérico inquilino, que contó también en su reparto con Isabelle Adjani y Shelley Winters, tenía uno de sus mejores golpes de efecto en la banda sonora compuesta por Philippe Sarde. En 1979 adaptó el clásico de Thomas Hardy, Tess, protagonizado por Nastassja Kinski. A partir de ese momento, la obra de Polanski encontraría distintos altibajos. Frente a títulos comerciales como Frenético (1988), protagonizada por Harrison Ford y Emmanuelle Seigner (pareja de Polanski), se encuentran estrepitosos fracasos comerciales como Piratas (1986). La muerte y la doncella (1994) volvía a colocar la tensión en un espacio cerrado y se internaba por primera vez en el terreno de la política. Lunas de hiel (1994), sin embargo, regresaba a los escenarios marítimos (al menos en parte), al igual que lo había hecho El Cuchillo en el Agua, y se mueve por el pantanoso terreno de los personajes de comportamiento cambiante que tanto apasionan al director y a su guionista, Richard Brach.

Años después rodó La Novena Puerta (1999), rodada en parte en España y protagonizada por Johnny Depp. La adaptación de la novela de Arturo Pérez Reverte El Club Dumas le sirvió a Polanski para volver a encontrarse con el terror psicológico y con lo demoníaco, pero, a pesar de las expectativas, la película no gozó de buenas críticas. Sí mereció reconocimiento unánime El pianista, obra con la que Polanski se siente relacionado con la historia del pianista polaco Wladyslaw Szpilman, quien espera en constante estado de terror y al borde de la inanición el final de la guerra. En esta película el director reelabora el trauma de su niñez.




Polanski se ha convertido, forzado por su prohibición de regresar a Estados Unidos, en un director itinerante por Europa. Sus temas son recurrentes pero atados a un espectro suficientemente amplio como para permitirle dar giros en su carrera. Es quizá esa “reclusión” europea la que le ha permitido mantenerse como un autor y salvarse de ser convertido en una pieza más del engranaje comercial estadounidense, donde una vez pareció tener una prometedora carrera.

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